El experimento que estoy llevando a cabo en la asignatura troncal de cuarto año ‘Literatura Contemporánea en Inglés’ está progresando bien, pero hay algunos pequeños inconvenientes que me gustaría abordar aquí. Allá vamos.

            Ya hemos terminado la Unidad 1 (1990-1997) y comenzado la Unidad 2 (1998-2006) y aunque la mayoría de los estudiantes han terminado ya de leer el primer libro de los cuatro que se les asignaron (han tenido tres semanas para leerlo), algunos todavía tienen dificultades. En un caso, al menos, es culpa mía, ya que asigné a una estudiante la novela de Diana Gabaldon Outlander (1991), la primera de la serie, sin darme cuenta de que tiene 800 páginas. La estudiante en cuestión se las está arreglando razonablemente bien, ya que me dice que el libro es bastante fácil de leer, pero me he pasado…

            En otros casos, comparto las dificultades con los estudiantes. No he leído los 152 libros que los 38 estudiantes leerán en la asignatura (cuatro volúmenes diferentes para cada estudiante), así que me estoy esforzando por leer tantos como pueda a medida que avanzan las unidades. He leído en los últimos meses algunos libros muy buenos, otros no tanto, pero me he quedado irremediablemente atascada con dos: la novela de Tim Winton Cloudstreet y la colección de cuentos de Alice Munro Open Secrets. Lo peor es que estos dos libros me han agobiado tanto que he dejado de leer por completo durante un par de semanas, algo inusual en mí. En cambio, he pasado largas horas leyendo muchos artículos de periódicos y revistas (algunos de los cuales he usado en clase) y disfrutando de los muchos hilos de Bored Panda.

            Logré leer el 40% de Cloudstreet, una novela muy conocida en la Australia natal de Winton, pero su naturaleza fragmentaria, la falta de puntuación para indicar diálogo y su cronología dispersa finalmente me desanimaron. Podría terminarla en otras circunstancias, pero no veo ningún aliciente para hacerlo ahora. El caso de Open Secrets es mucho peor. Estuve a punto de eliminar a Munro de nuestra lista de lecturas tras el escándalo de su gélida incapacidad para proteger a su propia hija de los abusos sexuales de su padrastro. Sin embargo, al final decidí que como ganadora del Premio Nobel debía ser leída. Ahora me maravillo de que haya ganado este premio, porque los pocos cuentos que logré leer de su libro me parecieron faltos de estructura hasta el punto de carecer de sentido. Del todo aleatorios.

            El estudiante al que asigné Cloudstreet se ha quejado a lo largo de las tres semanas de la Unidad 1 de que no podía con ella. El estudiante al que le ha tocado Munro ha compartido conmigo su perplejidad ante sus historias; ambos hemos buscado ayuda en los comentarios en internet para comprender lo que Munro está tratando de comunicar. Así que nos enfrentamos ahora a este singular problema: los dos estudiantes tienen que escribir una reseña de sus respectivos libros, pero es posible que no puedan terminarlos. He dado permiso a todos los estudiantes para que escriban críticas negativas, sin importar cuán ilustre sea el escritor que han estado leyendo, pero es realmente difícil convencerlos de que terminen libros que yo misma no soporto.

            Mi punto de vista es que deben actuar como reseñadores profesionales y terminar los libros como si les pagaran por ello; por supuesto, el estudiante a cargo de Winton argumentó que en el trabajo periodístico real los reseñadores negocian lo que reseñan. Puede que tenga razón… Le sugerí que hiciera trampa escribiendo la reseña lo mejor que pudiera, ya que no tengo forma de comprobar que todo el mundo ha leído sus libros. Conozco además a un crítico de cine, un habitual del Festival de Sitges, que escribe sin problema alguno críticas de películas que no ha visto. Sé que no debo animar a ningún estudiante a hacer trampa, pero se trata de casos desesperados.

            En promedio, a lo largo de las seis sesiones de la Unidad 1 los estudiantes han hablado con unos 20 compañeros de clase. Al principio me imaginé que podríamos usar una especie de sistema de citas rápidas, con conversaciones muy breves para que los estudiantes hablaran con todos sus compañeros. Esto ha resultado ser poco realista y en algunas sesiones las conversaciones se han limitado a 3 compañeros (uso 40 minutos para esta parte de la clase). Los estudiantes parecen felices de haber conocido e interactuado con tantas personas, algunas compañeras de clase con los que nunca habían hablado en tres años de carrera. De hecho, tengo claro que prefieren esta parte de la clase a mis propias lecciones (que duran los otros 40 minutos). Disfruto mucho del bullicio en clase y, sobre todo, de la posibilidad de hablar con los estudiantes individualmente mientras me muevo por el aula.

            Así que, sí, las clases son animadas y, aparte de su propio libro asignado, los estudiantes han adquirido nociones sobre otros 20-22 libros del período 1990-1997, que es lo que esperaba. Sin embargo, no creo que esté teniendo éxito a la hora de convencer a los estudiantes de que vale la pena leer la gran mayoría de los libros de nuestra lista de lectura. No sé cómo serán las reseñas que escriban, pero anticipo que alrededor de un tercio serán positivas, un tercio negativas y el resto mixtas. Asigné los libros al azar y cada conjunto contiene cuatro volúmenes muy diferentes, por lo que las posibilidades de que algunos estudiantes tengan libros que no se adaptan a sus gustos son altas. Tengo estudiantes que reconocen haberse llevado una grata sorpresa con el primer libro que les asigné, pero no veo respuestas muy entusiastas. Me preocupa especialmente la impresión de que muy pocos, quizás ninguno, leerán alguno de los libros que sus compañeros de clase les han descrito, ahora o en algún momento posterior.

            El libro que me está sacando del abatimiento lector al que Winton y Munro me han empujado es el volumen de John Carey The Unexpected Professor (2014), unas memorias con deliciosos toques humorísticos que tratan principalmente de su formación literaria. Carey admite con franqueza que no disfrutó de ninguna de las lecturas obligatorias escolares en su niñez, cuando prefería las narrativas populares. Sin embargo, algo cambió cuando ingresó en una grammar school a la edad de once años, y comenzó a absorber como una esponja los clásicos que le enseñaron (al parecer, nada publicado después de 1832 era parte del plan de estudios, con el argumento de que la literatura victoriana y contemporánea no requería de una formación específica). Aunque Carey da cuenta de las dificultades de otros lectores ilustres con algunos textos, él mismo muestra una gran admiración por obras tan diversas como Beowulf y la poesía de T.S. Eliot. Leyéndolo esta semana finalmente me di cuenta de lo que echo en falta en clase: la centralidad del escritor y más admiración por su tarea. Me explico…

            Nosotros, los lectores, somos gente narcisista con una mala comprensión del esfuerzo que se necesita para escribir un (buen) libro, con la excepción de quienes también somos escritores. En las memorias de Carey, el escritor destaca por encima del lector, en este caso un joven que tiene la suerte de conseguir una beca para estudiar en el St. John’s College de Oxford y así comenzar su brillante carrera académica. Carey es ya muy consciente de las bellezas de la buena literatura antes de entrar en St. John’s y desea estudiar para poder disfrutarlas aún más. Nunca sugiere que el trabajo de los escritores consista en complacerlo; por el contrario, el joven Carey quiere adquirir una educación que le permita elevarse a un nivel lo suficientemente alto como para comprender mejor el arte de la escritura.

            Carey, en suma, lee desde una posición de admiración constante que no veo en clase, si es que alguna vez la he visto. La posición habitual del estudiante se centra en sus impresiones y sensaciones como lector, con notable indiferencia por el escritor, que sólo en contadas ocasiones es admirado. Reconozco que pocos escritores contemporáneos pueden ser admirados con la pasión que pueden despertar Shakespeare o Tolstoi, pero aun así me sorprende la capacidad de los estudiantes para encontrar deficiencias en obras conocidas y muy admiradas por los críticos y académicos. Como bromeé el otro día, aún debo acostumbrarme a ver cómo libros que amo son desacreditados por ser políticamente incorrectos (la novela de Michael Chabon The Incredible Adventures of Kavalier and Clay es sexista) o un aburrimiento total.

            Comento que una de mis alumnas más brillantes tiene en su selección de cuatro libros el volumen de no-ficción de Susan Orleans The Orchid Thief (1998), que se convirtió en esa película tan loca llamada Adaptation (2002), con guión del inigualable Charlie Kaufman. Esta estudiante ha quedado gratamente sorprendida por su primer libro, la novela de Michael Crichton Jurassic Park (1990), a pesar de que no le gusta la ciencia ficción, pero aborrece el libro de Orleans, que para mí destaca, y mucho, entre los libros de no-ficción de todo el período que abarca nuestra asignatura. Traté de explicarle que lo que hace que el libro sea tan atractivo es el contraste entre los malos modales del hillbilly John Laroche y su profundo conocimiento del exquisito mundo de las orquídeas, un contraste que Orleans retrata magníficamente. Sin embargo, aunque podría establecer esta opinión con mucha más fuerza en una asignatura convencional en la que todos los estudiantes se vieran obligados a admirar este libro, no puedo obligar a una estudiante a quien estoy formando para que exprese su opinión a aceptar la mía, ni el consenso general de los muchos críticos que elogiaron el libro de Orleans. Para ella, este no es un libro admirable, por mucho que me desespere su desagrado.

            Este problema, con todo, no es nada en comparación con la sorpresa que me llevé cuando otra estudiante me dijo que no había encontrado ningún libro atractivo entre los 22 de los que había hablado con sus compañeros de clase porque habían sido publicados hace mucho tiempo. Se trata del período 1990-1997, cuando ella no había nacido, pero tampoco hace tanto… Según dijo espera encontrar material más atractivo entre los libros más recientes. En cambio, le ofrecí a una estudiante que está leyendo por su cuenta la nueva novela de Sally Rooney la oportunidad de reseñarla en lugar de su primer libro (la novela de Yann Martel Life of Pi), pero la rechazó porque le gusta el libro que le asigné. ¡Bien!

            Para resumir: desearía que los estudiantes sintieran mayor entusiasmo por los libros asignados y por los libros que otros estudiantes les describen, y que valoraran un poco más el esfuerzo que se hace al escribir. No obstante, me lo estoy pasando en grande en clase, y mi impresión es que el experimento está funcionando razonablemente bien. Estoy 100% segura de que están aprendiendo mucho más sobre ficción contemporánea en inglés que si estuviéramos leyendo los mismos cuatro libros juntos. Aun así, mi decisión de enseñarles a expresar su opinión me está llevando a encarar retos inesperados que espero poder sortear con mayor pericia a medida que progresa la asignatura.