La divulgación en París de las previsiones escatológicas de Arnau de Vilanova inicia una nueva etapa, la espiritualescatológica. El espiritualismo se desarrolla hacia nuevas direcciones, quizá se radicaliza, pero el protagonismo de estos años recae principalmente en los cálculos apocalípticos. Réplicas y contrarréplicas, objeciones y respuestas a las objeciones hacen derivar la polémica entre Arnau y los teólogos profesionales -primero los profesores de París, después los dominicos- hacia el terreno personal. Las tesis básicas que Arnau defiende en numerosas obras de esta fase (núm. 5-32) son las siguientes:
- es conveniente para la Iglesia conocer el tiempo de la venida del Anticristo;
- la Biblia permite concretar el tiempo de la llegada del Anticristo;
- las condiciones que hacen posible ese conocimiento son, en primer lugar, que el speculator no investigue las Escripturas por curiosidad, sino movida por una iluminación de Dios.
Efectivamente, Jesucristo, preguntado por los Apóstoles sobre el fin de los tiempos, da una pista: “cuando veais la abominación de la desolación” anunciada por el profeta Daniel, que el lector lo entienda” (Mt. XXIV,15) ¿Qué dice, entonces, el profeta Daniel de “la abominación de la desolación”? Leemos en Daniel XII,11: “Desde la abolición del sacrificio perpetuo hasta la abominación de la desolación pasarán 1290 días”. “Sacrificio” significa aquí el sacrificio del Antiguo Testamento; la “abolición” del sacrificio es la fecha en la que el pueblo de Israel no pudo celebrarlo más, precisamente por la dispersión que comportó la destrucción del Templo (70). Si sumamos, entonces, los 1290 días, es decir “años” (Ez. IV,6b: “días por años te daré”), a aquella fecha obtenemos que la “abominación de la desolación”, esto es, el Anticristo, se manifestará a mediados del siglo XIV. Y no se puede decir, como hacen los teólogos, que Jesucristo había negado el conocimiento de ese tiempo cuando dijo: “No es cosa vuestra conocer los tiempos y los momentos que el Padre se ha reservado”, porque los tiempos que el Padre se ha reservado son sólo el día y la hora (Mc XIII,32). Además, “no es cosa vuestra” significa “por las propias capacidades naturales” y por tanto no dice nada del conocimiento por revelación. Esta frase iba dirigida, asimismo, a los Apóstoles que, ciertamente, no debían conocer el fin de los tiempos, porque no tenían que vivirlo, pero si que es necesario este conocimiento para los cristianos que viven en la proximidad de aquel tiempo. Por si todo fuera poco, en realidad la afirmación de Jesús de Nazaret no es la respuesta a la pregunta del fin de los tiempos, sino a la pregunta: “¿cuándo restablecerás el Reino de Israel?” (Ac I,6). Actos I,7, bien interpretado, no niega de ningún modo la posibilidad de conocer el tiempo del Anticristo.
La dinámica de la polémica lleva la discusión hacia otros temas: si los ángeles son o no los únicos mensajeros de la revelación, el número de años que pasó desde el tiempo de Adán hasta el advenimiento de Cristo, el valor teológico de las revelaciones proféticas (Arnau de Vilanova las considera “casipalabras de Dios”), la correcta interpretación de la teología de la historia de Agustín de Hipona o de la Glossa ordinaria.
Y si el Anticristo está por llegar, hay que prever una estrategia que permita reconocerlo. Los miembros del Anticristo, que Arnau identifica con sus adversarios, ya actúan, le preparan al camino. Arnau escribe algunas obras para desenmascararlos y denunciarlos ante las autoridades competentes. La polémica escatológica se reviste de un carácter profético. Cabe prepararse también para una “guerra espiritual”: el papa debería denunciar que el Anticristo ya ha nacido, reformar el cristianismo (clérigos, órdenes mendicantes y órdenes claustrales) e invitar a paganos, cismáticos e infieles a convertirse al cristianismo.
Esta fase representa en realidad un largo paréntesis en la vida de Arnau de Vilanova.