Tras el ajetreo de la polémica, Arnau de Vilanova escribe las obras más espirituales. Retoma las reflexiones sobre el verus fidelis. El concepto de “verdadero cristiano” se convierte en el eje de todo este período: lo define, extrae consecuencias, lo promueve en diferentes ámbitos. Contra el cristianismo simplemente sociológico de aquellos que sólo se hacen llamar cristianos, más por costumbre que por convicción. Arnau propone un cristianismo sentido, vivido, interior, pero a la vez muy comprometido socialmente. Si Jesucristo dió ejemplo de humildad, de caridad y de pobreza, de despreciar las cosas de este mundo, de esquivar honores, etc., el cristiano ha de seguir este mismo camino. El cristiano ha de imitar a Jesucristo, llegar a ser un “pequeño Cristo” (christinus).

Arnau se da cuenta que el cristianismo de su época a menudo era muy superficial. Era necesario, por consiguiente, reformarlo. Y para lograrlo elaboró planes para reyes, para la Santa Sede y para grupos concretos de cristianos. Los beguinos intentaban vivir un cristianismo bastante parecido al que predicaba Arnau.

El espiritualismo moderado de la primera época tiende a radicalizarse. Arnau de Vilanova contrapone cada vez con más fuerza la realidad celestial con la material. Sólo cuando el ser humano actúa según su espíritu se transforma auténticamente persona e hijo de Dios, debe saber elevarse, entonces, por encima de la realidad material, la cual, si lo domina, lo sitúa al nivel propio de las bestias. El verdadero cristiano ama las cosas celestiales y desprecia las terrenales.

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Ilustración:Tabla del Calvario del Retaule de la transfiguració de Jaume Huguet, en la catedral de Tortosa (1466-1475). Fuente: Wikimedia.