La anosmia es una discapacidad sensorial que consiste en la ausencia de sentido del olfato, y las personas que la sufrimos percibimos el mundo de una forma radicalmente diferente.

En primer lugar, cuantitativamente, los anósmicos recibimos menos información de lo que nos rodea, al no percibir el olor de personas, alimentos y bebidas, de las ciudades, los mercados o jardines, de los entornos naturales. Vivimos en un mundo donde no existen ni los perfumes ni las pestes. Y en segundo lugar, cualitativamente, nos falta una manera muy especial de percibir el mundo. Cada uno de nuestros sentidos revela un aspecto distinto de la realidad y ofrece experiencias particulares, y el olfato, uno de los más antiguos, regala experiencias muy inmediatas, fuertemente estimulantes de la memoria y las emociones, que los anósmicos no podemos disfrutar. Cuando Marcel Proust nos cuenta que al mojar una magdalena en su taza de té el aroma le transporta de nuevo a momentos de su infancia… nos resulta tan maravilloso y a la vez tan ajeno como si un murciélago nos relatara que él puede orientarse en cuevas oscuras gracias al eco de su voz. Es algo que admiramos, pero que no podemos compartir.

La anosmia puede ser o bien congénita o bien adquirida en cualquier momento de la vida.

Cuando es de nacimiento, como en mi caso, lo que nos sucede es que jamás hemos tenido la experiencia de oler ni sabemos cómo son los olores. Si no fuera porque los demás nos dicen que existen unas realidades llamadas perfumes y pestes, a nosotros jamás se nos habría ocurrido semejante cosa. E incluso cuando nos lo explican con toda la paciencia, se nos hace difícil imaginarlo.

El olfato puede perderse por muchas y diversas causas a lo largo de la vida. Una gripe mal curada o un traumatismo craneoencefálico en un accidente de tráfico son algunas de las causas más frecuentes. Algunos tipos de cáncer o un infarto cerebral también pueden dejar sin olfato a la persona que los sufre. Cuando el olfato se pierde en la vida adulta puede ser traumático, pues todo ese mundo de olores que la persona conocía, que estaban vinculados a sus emociones, el olor de su familia, sus animales, sus plantas, paisajes, su comida favorita… desaparecen de repente dejándole una inquietante sensación de pérdida y desorientación. El mundo parece entonces mucho más vacío.

Un 2% de la población sufre anosmia, y un 17% hiposmia, una suerte de miopía olfativa. Y existen muchos otros transtornos del olfato. Sin embargo, apenas reciben atención. Socialmente no se conocen, no se habla de ellos, muchos médicos apenas les otorgan importancia, y es difícil encontrar libros, películas, obras de teatro, dibujos animados, exposiciones, obras de arte, canciones… que reflexionen sobre el olfato y su pérdida, que puedan acompañarnos, que nos ayuden a asumir mejor lo que nos sucede, que puedan ofrecernos también una buena dosis de optimismo y sentido del humor con que afrontar nuestra manera tan diferente de estar en el mundo.

Es por ello que decidí escribir una novela que narrara cómo percibimos el mundo los anósmicos, un intento de contribuir a crear cultura sobre la anosmia:

Nunca sabrás a qué huele Bagdad

 © Inés Baucells© Inés Baucells