©  Marta Tafalla, 2009

 

 

Estaba friendo la tortilla con una mano y repasando los deberes de Virginia con la otra, cuando sonó el teléfono. Me lo coloqué en equilibrio sobre el hombro, sosteniéndolo con la cabeza.

-Niña, necesito hablar contigo- reconocí la voz de mi madre.

-¿Estás enferma, te has caído, te has roto algo?

-¡Vaya manera de saludar! Pues no, estoy bien, muchas gracias.

-Entonces te llamo luego.

-¿Así le contestas a tu madre?

-Es que ahora estoy muy liada.

-No importa, hija, tengo que hablar contigo.

-Mami, no me cabe más sopa- se enfurruñó Jorge.

-A mí tampoco- se apuntó Virginia -. No me gusta nada.

-Venga, acabaos la sopa de una vez, que viene la tortilla.

-Yo quiero cenar patatas fritas- protestó Jorge.

-Yo también- se sumó como siempre Virginia -. Y no quiero cenar en la cocina. Quiero cenar en el balcón.

-De verdad, es muy mal momento.

-He de hablar contigo, porque tu hermana es muy despistada y no me hará caso. Tú siempre me haces caso.

-No seas pelota, ¿quieres? No llamas a Raquel porque la llamada te sale más cara.

-Y porque siempre meto la pata. Le deseo buenas noches y resulta que está desayunando. Con lo que me costó aprenderme el horario que tenía en Vancouver, y ahora ha tenido que mudarse otra vez.

-Mami, ya no me cabe más sopa- insistió Jorge -. Me la dejo para luego, ¿vale?

-De acuerdo, mamá, pues dime eso tan importante.

-¿Es la abuela?- saltó Virginia de la silla -. ¡Quiero hablar con ella! ¡Abuela! ¿Cuándo nos llevarás al cine?

-Hola, Virginia, mi vida, luego hablamos de nuestras cosas, que tengo que decirle algo a tu madre.

-A ver, dime qué pasa.

-He decidido lo que quiero que hagáis con mi cuerpo cuando me muera.

-¡Mamá! ¿Estás enferma? ¿Ha pasado algo? –pregunté alarmada, bajando la voz para no asustar a los niños.

-No, hija, pero me preocupa que cuando me muera, os dejaré un cadáver tirado en cualquier sitio. Me tiene angustiada, porque yo siempre he sido muy limpia. Tú sabes que no salgo de casa sin dejar la cama hecha, y no me voy a dormir sin fregar los platos. Pero cuando me muera, os dejaré mi cuerpo por en medio. Vete tú a saber dónde os lo encontraréis. Igual me muero en la cama, pero igual me muero en el baño. ¿Y si me muero en la ducha con el grifo abierto? ¿Y si me muero mientras estoy poniendo la mesa y se me cae todo por el suelo?

-¿De verdad te encuentras bien?

-Debería existir un sistema para que una misma pudiera dejar su cuerpo recogido antes de marcharse.

-Tendrás que confiar en nosotras.

-Preferiría resolverlo yo sola. Me da rabia daros trabajo después de muerta.

-Ahora que lo dices, en realidad es muy poético. El comienzo y el final de nuestra vida están en manos de los demás. Cuando nacemos y cuando morimos, son los demás los que se ocupan de nuestro cuerpo.

-Pues os dejaré instrucciones detalladas.

Corté la tortilla en dos mitades, y se las serví a los niños. Con el Ketchup le dibujé una cara a cada una.

-Mmmm- dijo Virginia pasando el dedo por el Ketchup y lamiéndoselo.

-Yo quiero que la mía tenga bigote. Mami, ponle bigote.

Intenté dibujarle un bigote a la tortilla.

-Te comes la tortilla, y luego te acabas la sopa.

-Niña, ¿todavía estás ahí?

-Sí, a ver, dime, ¿cuáles son las instrucciones?

-El otro día estuve viendo un reportaje por televisión, y descubrí que en no sé qué cultura, las personas, cuando se van a morir, se dejan devorar por los osos. Eso me ha hecho pensar.

-En el Pirineo han soltado dos o tres, pero lo tendrás difícil para que te encuentren.

-No, no, por favor. Si yo no quiero que me devore un oso. Debe ser una cosa muy poco higiénica. Pero me hizo pensar.

-¿Y qué has decidido?

-Me acabo la tortilla, pero la sopa no me cabe- insistió Jorge.

-He ido a pasear un par de días al cementerio del barrio.

-Eso está bien.

-Y me he dado cuenta de que no quiero que me entierren allí. Está abarrotado de muertos y es feísimo. Y además allí está enterrado tu padre.

-¿Tienes una idea mejor?

-He visto que en la India queman los cadáveres en la playa. Hacen una ceremonia muy bonita. Parece muy simbólico lo del mar y el fuego.

-Me temo que aquí es ilegal. No querrás que tus hijas vayamos a prisión.

-No, no. Pero quiero que me incineréis.

-Eso está bien, mamá. Celebro una decisión tan razonable. Aunque hayas llegado a ella por caminos tan estrambóticos.

-Luego tendréis que tirar las cenizas.

-¿Mar o montaña?

-No, no, quiero otro sitio. Quiero que las llevéis…

-¿Sí?

-¿Me prometes que lo harás?

-Dime dónde.

-Primero prométemelo.

-Mamá, no puedo prometer algo que no sé lo que es. A ver si vas a pretender que las suba al Himalaya.

-No, hija, que es una planta baja. Quiero que tires mis cenizas en el Corte Inglés.

-¿Qué?

-En el Corte Inglés de Barcelona, el de la Diagonal. En la planta de perfumería.

-¡Mamá!

-Ay, sí, hija, que es donde he sido más feliz en esta vida.

-Como decimos en catalán, te has bebido el entendimiento.

-Allí es donde iba cuando me peleaba con tu padre, que era muy a menudo.

-Papá te adoraba.

-Y también adoraba a su secretaria y a la podóloga del ático. Y tenía un genio de mil demonios. Cuando me hartaba de él me iba a la perfumería del Corte Inglés. Desde aquí sólo son diez minutos en autobús.

-Mamá…

-Es un lugar muy agradable. En verano se está fresquito, y en invierno caliente. Y hay tan buenos olores. Me encanta probar cada perfume, un poquito en la muñeca, y ver si huele a mar, a otoño, a flores, y tratar de adivinar los componentes. Los perfumes siempre me hacen pensar y soñar. Y además hay gente que pasa y que va charlando, explicando historias. Esas charlas me entretendrán. Me harán compañía. No querrás que me quede sola en algún agujero. ¿Me prometes que lo harás?

-Mami, Félix también quiere cenar, voy a ponerle su comida.

-Ni se te ocurra moverte de la mesa hasta que te hayas acabado la sopa. Ya me ocupo yo del perro.

-¿Me lo prometes?

-¿Y si le doy la sopa a Félix? A lo mejor le gustaría. Mira, perrito…

-¡Jorge!

-¡Guauuu!

-Ay, se me ha caído la sopa.

-¡Jorge!

-Anda, Félix se come la sopa del suelo.

-¡Mamá, ponme más sopa! Yo también quiero darle sopa a Félix.

-Niña, ¿me lo prometes?

-Ay, sí, sí, oye, te llamo luego, besitos, besitos. Jorge, por favor, menudo estropicio.

-Pero si Félix lo está limpiando todo…

Así fue más o menos como se lo prometí hace seis años. ¿Qué hubierais hecho vosotros en mi lugar? Lo malo es que luego, cuando finalmente murió, me sentí obligada a cumplirlo. Y así es como escondí sus cenizas en un lugar, que no revelaré jamás ni bajo tortura, de la planta de perfumería del Corte Inglés. Desde entonces voy cada semana. Me parece que es una forma de recordarla, aunque en vez de llevarle flores, me dedico a oler perfumes. Y empiezo a sentirme bien allí. Sobre todo cuando mi marido tiene un mal día y los chavales están muy pesados. Es muy agradable. En verano hace fresquito, y en invierno hace calor. Siempre hay gente curioseando y charlando, tomándose un respiro y comentando cosas. Y se puede ir oliendo fragancias. Es todo un placer coger un frasco, abrirlo, derramarse una gota en la muñeca, acercar la nariz y dejarse inundar por un aroma azul de primavera, fresco y alegre, y respirar hondo y volver a olerlo de nuevo, y sentir que también lleva un poco de cítrico, como si a lo lejos hubiera limoneros, y eso me recuerda unas vacaciones de años atrás, cuando era niña, en Valencia, donde tía Clara tenía un huerto de limoneros y naranjos, y yo jugaba a columpiarme en el porche, y es una fragancia tan ensoñadora. Estoy comenzando a pensar, estoy comenzando a pensar que debería hablar con Raquel y pedirle un favor para cuando el momento llegue. Y cojo otro frasco e inspiro profundamente, y es un perfume suave de jazmín que me acaricia, y es tan cautivador, y parece sugerir…