Gary Lineker fue uno de los mejores delanteros centros del mundo en la década de los ochenta. Jugó en el Barça desde 1986 hasta 1989, ganando una Copa del Rey y una Recopa de Europa. Es el autor de una de las definiciones de fútbol más célebres de todos los tiempos: “El fútbol es un juego simple: 22 hombres corren detrás de un balón durante 90 minutos y, al final, siempre los alemanes ganan”. A pesar de que el resultado del último Mundial parece darle la razón, esta definición no se ajusta a la realidad actual: los aspectos económicos del fútbol están condicionando este deporte y pueden llegar a desvirtuarlo. Y entre estos aspectos destaca lo que en inglés se llama “third-party ownership of players”; es decir, la propiedad -total o parcial- de los derechos de los futbolistas en manos de terceros diversos de los jugados y de los clubs. Acostumbran a ser fondos de inversión domiciliados en paraísos fiscales, cuyo único objetivo es rentabilizar la inversión, deviniendo irrelevantes los aspectos deportivos, humanos o sociales del balompié.

Esta situación constituye un peligro para el deporte. La razón es que los fondos de inversión interfieren en el fichaje, renovación y traspaso de los futbolistas, condicionando así no sólo su vida profesional sino también la política deportiva de los clubs. Además, existe el riesgo de que se desvirtúe la competición pues los fondos pueden tener intereses en jugadores de equipos que compiten entre sí. Así lo ha denunciado un estudio realizado por KPMG, una de las consultorías más famosas del mundo. Por este motivo, hay países (Inglaterra por ejemplo) que han prohibido esta práctica. Pero muchos otros la consideran lícita y cada vez tiene más fuerza en Sudamérica, Portugal y España.

La cosa se complica si los agentes de los futbolistas están implicados, pues se genera un conflicto de intereses. Deberían velar por la carrera de los jugadores que representan, buscando lo que sea mejores para ellos. Pero si tienen intereses en fondos de inversión, pueden estar tentados de buscar el negocio que más beneficios reporte a los últimos, aunque sea a costa de la trayectoria profesional de sus clientes.

En este ámbito Jorge Mendes es, como diría el personaje de Carles Puyol en la parodia televisiva Crackòvia, “el puto amo”. Una investigación de The Guardian pone de relieve que ha incurrido en varios conflictos de intereses expresamente prohibidos por la normativa de la FIFA. Mendes es el representante de algunos de los mejores jugadores y entrenadores del mundo y ha conseguido traspasos galácticos en los últimos tiempos (Cristiano Ronaldo, Ángel Di María, Diego Costa, James Rodríguez, Radamel Falcao, Jose Mourinho o Nuno Espirito Santo). Según el diario inglés mencionado, ha negociado el 68% los traspasos de futbolistas de los tres principales clubs de Portugal (Sporting de Lisboa, Benfica y Oporto) durante la primera década del siglo XXI. Pero, a la vez, Jorge Mendes y su socio Peter Kenyon, antiguo directivo del Manchester United y del Chelsea, asesoran fondos que invierten en futbolistas, algunos de los cuales son representados por ellos. Así pues, tenemos servido el conflicto de intereses. Esta situación está expresamente prohibida por el Reglamento de la FIFA sobre Agentes de Futbolistas (arts. 19.8 y 29.1). Pero la situación aún sería más grave si se confirmara la denuncia hecha por el presidente del Sporting de Lisboa de que la renovación de algunos de los jugadores que representaban Mendes y Kenyon estaba condicionada a que se vendieran una parte de los derechos contractuales a fondos de inversión que ellos asesoraban. La cuadratura del círculo.

Ahora Jose Mendes se ha reunido con Joan Laporta, el antiguo presidente del FC Barcelona que encarna a la perfección el dicho “Otros vendrán que bueno te harán”. Absuelto en primera instancia de un juicio de responsabilidad de administradores instado por el club azulgrana, está preparando su regreso a la presidencia y empieza a sonar el nombre de Jose Mourinho. Nuevo sobresalto para la parroquia culé, entre la que me cuento.

¿Y qué hacen los organismos del fútbol al respecto? Pues Joseph Blatter, el actual presidente de la FIFA, ya se ha puesto a trabajar y está pensando en prohibir esta práctica. Pero lleva tiempo así. De hecho, se pronunció en este sentido en 2007, a raíz del traspaso de Carlos Tévez y Javier Mascherano al West Ham. Y hasta ahora nada de nada; es una hombre tan ocupado que se le ha pasado estos siete años sin poder poner manos a la obra. También la UEFA ha advertido de que actuará si la FIFA no toma medidas. ¿Será más expeditiva la institución que preside Michel Platini?

* La versión original en catalán de este articulo se ha publicado en Comerç i Ciutat, núm. 51, noviembre 2014, páginas 10 y 11